El Centro de Estudios de Terapias Creativas de la Universidad de Murcia y la Asociación de Profesionales de Arteterapia de la Región de Murcia, se ofrecen para colaborar en la creación de programas generales y/o específicos para la atención a distintos colectivos de población. 

 

La realidad inescapable de ahora es la vida del coronavirus “Covid-19”. Las imágenes primordiales que nos invaden y representan el Covid-19 son dos, fundamentalmente: la mascarilla y los EPI del personal sanitario. Inmediatamente, nos vienen otras muchas que nos acompañan día a día y que pueden variar en función de cada persona y cada experiencia: las imágenes de los aplausos, la vida confinada, las añoranzas, los féretros, etc. 

En este momento, se dan varios retos en la realidad social; quizá, uno de los más importantes, decisivos y con mayores consecuencias sea cómo incorporar a nuestros modos de comunicación y de representación, las nuevas exigencias que supone la situación actual. La vivencia del tiempo ha cambiado; el ayer ya es remoto y el hoy es desconocido por imprevisible. La vivencia de la realidad social ya no esta definida por lo cotidiano, sino por el temor a lo nuevo. 

Si pensamos en las imágenes primordiales del ser humano, nos vienen aquellas que suponen la cercanía y momentos de encuentro y que son, en definitiva, las que nos acercan a la vida. Pero, si pensamos en las del Covid-19, nos recorre un haz de frío por la espalda y nos viene la imagen de “el otro a distancia”, recubierta de una agria sensación por el temor a que se convierta en al “distancia del otro”. 

Estamos viviendo un tiempo de cierto estupor narcotizado, del que poco a poco vamos despertando y sintiéndonos presos de lo invisible. Lo más valioso se ha vuelto peligroso: el contacto con el otro, su cercanía, su roce, su voz cercana; todo eso que era imprescindible para respirar, ahora, ya parece un mito pasado. Nos queda de ello su recuerdo y una huella imborrable: la añoranza emocional. 

Hasta ahora, lo invisible del otro era, generalmente, lo que más me intrigaba y seducía. Ahora, su invisibilidad es algo que se teme; pero es que, además, por el mismo motivo, puede haber algo en mí que puede dañar al otro. 

Y la pregunta que emerge en cada situación traumática, aquella de “qué he hecho yo para merecer esto”, ahora resuena a cada momento, pero que cada aplauso intenta callar. Los aplausos han sido como un canto emocionado a la vida, al esfuerzo y a la constancia; han ocupado y llenado, por unos instantes, el espacio de la tan traída “distancia social” y, también, si se me permite, llenos de emoción, han intentado acallar el miedo y la angustia por un tiempo, posponiendo la conciencia y dejándonos al arbitrio del destino. Diría que no, que no somos pasivos y no solo somos víctimas; somos seres de consciencia y de deseos. 

La psique humana es un conjunto de representaciones ocasionadas y ligadas por vínculos afectivos y, estos, son imágenes de encuentro y de deseo de encuentro con los otros. Somos seres afectivos y nuestras sensaciones se consolidan en el paso al pensamiento de la indispensable experiencia vivencial con los demás. 

El confinamiento, tan social como emocional, ha supuesto que, en principio, las familias hagan un esfuerzo por acercar lo mejor de cada uno, tratar de conocerse un poco más, etc. Pero la persistencia del covid-19, supone hacer evidente la presencia de una ausencia, la presencia de lo que me aleja y asemeja al otro y, también, la presencia impotente de mi deseo por el otro. 

La pregunta fundamental que surge es la de cuál es mi representación en el Otro, cómo es mi vida mental sin la presencia deseada de los contactos familiares y sociales. 

El Covid-19 ha hecho presente y manifiesta la excesiva vulnerabilidad en un mundo en el que reinaba la sensación de la invulnerabilidad. Acostumbrados a un dominio prepotente de las condiciones de vida, de la naturaleza, de las barreras sociales, de las distancias, etc, nos viene algo que más bien parecería pertenecer al reino de la ficción y nos aloja en una parálisis ante una angustia de lo inefable, de lo impensable e indescifrable. Algo mudo e invisible, produce la sensación de la compañía irremediable de lo siniestro. Qué duda cabe que esto está ocasionando en la ciudadanía, altos índices de síntomas depresivos, ansiedad y crisis de angustia. Todos hemos escuchado las noticias de los aumentos de la violencia de género, la violencia filoparental, la crisis de angustia, el aumento de la depresión, etc. 

¿Qué consecuencias puede tener la necesidad de la distancia social para evitar afectarnos del contagio? 

Sin embargo, y casi paradójicamente, por otra parte, el contagio es algo muy humano. Desde nuestro nacimiento, desde nuestra venida al mundo de los sentidos, somos afectados y contagiados por la presencia del Otro, por su calor, por su palabra, por su tacto, por su risa, por su afecto, por su mirada, por su olor, por su cercanía. Sin ese contagio, no sería posible la vida humana como la conocemos hoy. Es aquí que surge la pregunta de qué va a suponer la necesidad de la distancia social. Algo que nos humanizaba, que nos humaniza, que nos afectiviza, eso, ahora resulta un grave peligro. Parece que, por ahora y quizá en un tiempo más, esto es lo que ahora nos afecta: nos tenemos que contentar con mirarnos a dos metros de distancia y, por supuesto, sin roce. La huella del otro en mí se sella de distancia, de mirada, en el mejor de los casos, complaciente pero enojada. 

Entonces, el dolor y la satisfacción, ¿cómo se han de experienciar a partir de ahora? ¿Qué factura psíquica y emocional va a ocasionar? 

Si nos fijamos en la mirada de los niños y niñas, nos vamos a encontrar con un poso de tristeza, de desconcierto, desorientados por no saber qué hacer, que tocar, qué comparitr. Lo que hasta ahora era la costumbre, abrazar y besar, ahora se ha convertido en un peligro que no pueden comprender. Pero si el otro no está en lo suyo, es decir, en lo de cada uno, sino a distancia, ¿cómo van a elaborar su necesidad de empatía? 

No hay desarrollo madurativo sin el consecuente desarrollo de la empatía, o sea, de la capacidad de compartir mente y emoción, y eso, al menos hasta ahora, no se puede experienciar e incorporar sin el contacto. Quizá por ello, hay un elevado aumento de dificultades para dormir, tanto en niños como en adolescentes, así como también un aumento en la producción de sueños. En estos momentos, se duerme menos y se sueña más, aunque no se caracterizan por las pesadillas, sino por el desconcierto. 

¿Cómo van a seguir construyendo los niños y niñas su deseo de aprender, si su aprendizaje no va vinculado con el gozo de la experiencia relacional?

La risa de un niño, o su llanto, o su opinión, son experiencias constructivas si tienen a su lado otro niño, con posibilidad de roce, u otra persona que empatice, que les ayude a vivenciar lo que expresan. Entonces, a partir de ahora, qué imágenes, qué representaciones, qué afectos van a vincular con su experiencia de vida, que, en todo caso, es una experiencia relacional.

¿Cómo podemos ayudarles a empatizar, a comprender, a aprender? 

El Covid-19 deja en la mente de todos, pero de un modo muy especial en la de la infancia y adolescencia, una imagen de ruptura, del tiempo detenido, del tiempo indefinido, indeterminado. Podría ser que las circunstancias actuales les llevan a un cúmulo de imágenes sin representación, es decir, a una situación de vivencia traumática sostenida, en la que no se sabe cuál va a ser el final, ni cuándo ni cómo y se vive la experiencia de la distancia con los otros con una gran sensación de vacío relacional. 

Las imágenes de los adultos son las de la impotencia y la presencia evidente de nuestros límites, haciendo muy presente la posibilidad del sufrimiento y de la muerte. De golpe, la presencia de la muerte es algo que pasa a formar parte de lo cotidiano. Parecería un virus diseñado contra la humanidad; comienza con la pérdida de los sentidos de olor y sabor, que son, justamente, los sentidos más desarrollados con los que nacemos y con los que tenemos nuestras primeras experiencias representativas. Tenemos, poco menos, que, paradójicamente, detener nuestra vida para poder vivir. Lo irremediable, lo temible, lo indeseable, son ahora nuestro partener mental. Ello conlleva la vivencia de cierto relativismo emocional y, por tanto, subjetivo: hay una barrera rígida para vivir lo emocional. 

Por otra parte, el Covid-19 ha hecho presente lo más humano, lo más deseado, que es la necesidad de vivir en satisfacción con lo cotidiano, con lo natural. 

Pero también diría, que, tanto por su impresivilidad como por su drama, el Covid-19 nos deja sumidos tanto en el vacío de lo sin palabras, como en cierta parálisis de la memoria, casi priorizando el olvido para volver al mundo de lo posible. 

Otra faceta de su inhumanidad es que podemos contagiar a los otros, incluso siendo a-sintomáticos. De repente, nos dan un gran golpe a nuestra acostumbrada humanidad y afectividad: “el otro afectivo es un ser seguro para mí”. Ahora, ya no; puede ser un peligro una cercanía inferior al “metro y medio”. Es curioso que el “metro y medio”, hasta ahora, era la distancia social de comodidad para las relaciones sociales no afectivas, ahora es la distancia de seguridad de las afectivas. 

El coronavirus es la pareja mental de todo sujeto en este momento. Pero es una pareja en la que no hay diálogo, sino un mutismo elocuente, un mutismo sordo en el que la referencia es la espera sin respuesta, el temor en bruto. El Otro ya no es el que habla ni al que le hablas, sino al que temes; y es un temor por la angustia del silencio asociado a la aniquilación. 

Nos preocupan algunas de las consecuencias que podemos aventurar. 

Una de ellas es la flexibilización o relativización de la vivencia de la empatía, tanto en la infancia como en la adolescencia y adultez. El otro no es solo aquel que puede acompañarme, sino que puede ser un peligro y, además, es invisible. Con ello, se da también un aumento de la impulsividad. 

Otra consecuencia derivada de la sensación de impotencia, de lo imprevisible por invisible, de lo indeseable pero cercano, es la de sentir la presencia de lo que en psicoanálisis llamamos lo Real, como esa sombra que nos acompaña, que a veces y ahora más, llamamos lo ingobernable, y que produce desasosiego, sueños, confusión. 

En las personas con vulnerabilidad mental, esta situación de “confinamiento mental” supone un incremento de las crisis de ansiedad y de episodios graves de desestabilización. 

En las personas con discapacidad psíquica, unido a su dificultad de crear imágenes, esta situación les encierra en la rigidez mental y crisis maníacas y desesatabilizadoras. 

En los menores, como consecuencia de esa vivencia traumática sostenida, nos atrevemos a pensar que la desorientación, desmotivación, dificultad de aprendizajes, problemas en relación a la alimentación, etc, son parte de su cotidiano. 

No se trata aquí de agotar todas las consecuencias, sino de pensar cómo afrontarlas. 

Lo que sí podemos asegurar es, que como decíamos al inicio, el psiquismo humano se construye de imágenes con afectos y solo podemos evolucionar y superar dificultades con el desarrollo de nuestra capacidad de creatividad y producción de imágenes mentales que den respuesta a las circunstancias que nos rodean, que puedan ayudarnos a construir, en este momento, algo de lo irrepresentable. 

En este tiempo de confinamiento físico y mental, es conocido por todos como ha fluido la creatividad para sobre llevar el aislamiento y el miedo. Es decir, la creatividad y la producción de imágenes ha servido y sirve de puente, de mediación, de proceso de construcción de vida y de vida relacional. 

No sabemos, en esta más que probable situación sostenida y con mucha incertidumbre, de qué y cómo nos vamos a nutrir para la vida relacional. Los episodios que hemos visto muy recientemente de las personas amontonadas en la calle sin respetar la “distancia social” pese a las advertencias, nos indican lo difícil que resulta construir modos de representación a distancia. 

Es por ello que desde la Universidad y desde su Centro de Estudios de Terapias Creativas, en colaboración con la Asociación de Profesionales de Arteterapia de la Región de Murcia (MURARTT) nos disponemos a colaborar con aquellos centros o instituciones (salud mental, educación, social) para la creación de programas generales o específicos con el objetivo de ayudar a desarrollar actividades preventivas o de intervención. 

Francisco J. Coll Espinosa
terapiascreativas@um.es